jueves, 18 de diciembre de 2014

Manuscrito hallado en Tirso de Molina



¡Mira que eres canalla! Todo me dice que has olvidado las tardes de Cartagena. Han pasado ya casi veinte años desde el otoño de 1977. Los jueves te esperaba sentada bajo el único álamo del paseo. Me imaginaba quitándote la ropa en la pensión, recreaba el ritual, tan familiar y deseado, de restregar mi mejilla contra tu guerrera para aspirar su olor, mezcla de tabaco negro y sal marina, de sentir tu respiración nerviosa e irregular.
         Nunca llegué a decirte que adoraba cada uno de los pliegues de tu uniforme, que me conmovían tus dedos de niño torpe cuando me desabrochabas el cierre del sujetador, y me conmovía aún más cuando recordaba la belleza de tus pies aquel día en la playa de Mazarrón, mientras te quitabas las pesadas botas de la armada.
Ya entonces presentía que ibas a poner patas arriba mi microcosmos y, sin darme cuenta, tu fantasma se instaló para siempre en mi casa. El primer síntoma fue la necesidad, casi visceral, de escribir. Mis cajones se llenaron de notas garrapateadas, cualquier trozo de papel era bueno, servilletas, márgenes de periódico, envoltorios de chicle, paquetes de cigarrillos...
Tal y como hago ahora. Aunque esta vez, por fin, me he decidido a utilizar el bloc de notas que me regalaste, pero ya no hay encanto que valga, sus hojas color crema, con ese papel tan suave (siempre tuviste buen gusto para las cosas pequeñas), esperan en vano frases apasionadas.
Pensé que, al verte tan cerca de mí, te despreciaría tal y como lo hice la primera vez que apareciste en la televisión. Parecía que dabas un toque intelectual a las mamarrachadas del moderador del programa, pero en quince minutos ya tuve bastante. No comprendí, o mejor dicho me chocó, tu filosofía de lo banal, ese torrente de palabras que maquillaba la frivolidad que allí se cocinaba. Y el medio te atrapó hasta los hígados. No había pasarela o salón al que faltaras. Absorbiste la ideología, que no las ideas, de la clase dominante. ¡Maldito camaleón apóstata! Seguro que, incluso, renunciaste al Jazz en favor de la New Age ¿quién lo iba a decir?
Por eso ahora me río entre dientes. Ricardito, que sigue tan gilipollas el muy infeliz, dejó caer el día de su cumpleaños que frecuentabas el Café Central. Tuve que venir a distintas horas, durante un par de semanas, para cazarte en el momento justo. Y aquí me tienes, como todos los viernes a las siete de la tarde. Durante ochenta minutos te observo y, parapetada en la escritura, te lanzo miradas de reojo.
Parece que la vida te trata con generosidad. Tu última película  - El juego del ganso - rompe las taquillas y no me sorprende su éxito. Realmente se lo merece. Y es que, compañero, por fin has encontrado tu oficio.

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