domingo, 2 de enero de 2011

Y así apareció Mangee

Mangee no suele hablar de mí a otras personas, las pocas veces que lo hace disfraza la realidad, creo que lo hace para protegerme pero no sé ni de qué ni de quien.

Ella sostiene que nos conocimos en un bazar nortefaricano, en una tienda de alfombras. Es posible pero no probable.
Yo sí que voy a contar cómo busqué sin encontrar para que Mangee me encontrara sin buscar.

Sabes que fui llamado a trabajar en Francia por 3 meses, en un proyecto de desarrollo de una aplicación TSO que nunca vió la luz. Yo vivía/trabajaba muy cerca de Bal/Basel/Basilea. Es una ciudad clavada en la encrucijada de 3 naciones (Francia - Suiza - Alemania). Siempre me han atraido las encrucijadas y fronteras (hazme un favor y lee "El enamorado de la osa mayor de Sergius Piazesky), tanto que el invierno pasado fundé una banda llamada "CrossRoads Blues Band", más tarde cuando descubrí el carácter hipnótico, casi de mantras, de las líneas de bajo en el blues le cambié el nombre por "Dharma Blues Band". Ahora la banda está desintegrándose. Pero dejemos, por esta vez, las espirales y volvamos al tema que nos ocupa.

Durante los primeros días, al terminar el trabajo, salía con los nuevos compañeros. No estaba mal, pero no soportaba su brutal acento alsaciano ni las bromitas envenenadas que hacían al "petit espagnol", a mí que era más alto que todos ellos.
Recorría la ciudad. Me divertía saltando de frontera en frontera. Desayunaba en Suiza, trabajaba en Francia y cenaba en Alemania. Pero hiciera lo que hicera siemppre acababa tomando la penúltima copa en la cantrina de la estación de trenes. En los momentos importantes de mi vida siempre he escuchado el sonido de una locomotora que se acerca.

Aquella noche en la estación de Basel/Bal/Basilea tomé un ejemplar de "L'est republicain" que alguien había abandonado sobre la mesa de mármol. Ojeé el periódico sin que despertara mi interés. Es un diario regionalista que ignora al resto del mundo.
En la sección de anuncios con palabras algo se me quedó enredado en las pestañas, cómo una moto de polvo en una tarde ventosa. Un círculo de tinta azul enmarcaba un anuncio de alquiler de un apartamento en Montbeliard. Había un comentario también en tinta azul: "Communiquer a Mangee".
Doblé el diario y lo metí en un bolsillo de la chaqueta (en aquel entonces yo era un cretino que usaba trajes sin corbata).
Los dos días siguientes, a la salida del trabajo, iba a la dirección del anuncio y, sentado en un banco, vigilaba el portal.
Gente entraba y salía, pero nadie tenía cara de llamarse Mangee.
Por fin vi una mujer que parecía cumplir los requisitos. Llamó al interfono y oía que decía "Buenas tardes, soy Mangee Sepret y vengo a ver el apartamento". Entró, me acerqué al portal y esperé con el periódico en la mano. Salió a los 20 minutos. La abordé con cierto nerviosismo.

- Perdón señorita, ¿vive usted aquí? He venido a ver un apartamento que alquilan en este edificio y quería, antes de verlo, que algún vecino me hablara sobre esta zona.
- ¿Es el apartamento del cuarto A?
- Sí
- No merece la pena, es pequeño y caro, yo acabo de verlo. También busco un apartamento.

Le expliqué que no me gustaba vivir en hoteles y que, aunque no estaría mucho tiempo, prefería vivir en un apartamento.

Me presenté y le sugerí tomar un café para que informara de las zonas interesantes de la ciudad. Aceptó.
Ya con una taza humeante en las manos me presenté. Ella se presentó también. Me gusto cómo dijo su nombre, no lo pronunció a la francesa acentuando la última sílaba. Me dijo que se pronunciaba "Mán - Yi"
Era mitad francesa y mitad indochina (los franceses, sobre todo los de cierta edad y orgullosos de su pasado colonial, aún llaman Indochina al VietNam).
El café precedió a una copa de calvados, que a su vez precedió a una cena en un restaurante asiático, que a su vez precedió a a una audición de los CD's más raros de Mangee en su casa.

Lo que pasó después no te lo contaré, no por pudor ni por preservar mi intimidad. Simplemente no lo creerías.

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