domingo, 2 de enero de 2011

Pies descalzos

Hay noches que Mangee se viste de gitana y baja al puerto. Recala en la taberna del cojo, se sienta, siempre con la espalda contra la pared, junto al escenario y espera.
Un hombre de traje de lino blanco y sombrero panamá fuma en silencio, sus pupilas están dilatadas por la cocaina y el deseo. Es incapaz de retirar la mirada, sus ojos acarician freneticamente las caderas de Mangee,
El cojo, que teme lo que puede ocurrir, se prepara. Ha sacado de debajo del mostrador un puño americano y se lo calza en la mano derecha. Si el hombre del traje blanco se acerca a menos de tres pasos de la mesa de Mangee le rompera la mandíbula.
Mangee aparenta no darse cuenta, con el dedo índice traza en la mesa espirales de vino tinto deramado. Mueve ligeramente la cabeza al ritmo del bouzuki, ignora el contrapunto de la mandolina y tararea muy quedo una letra inventada.
Sus palabras hablan de naufragios de sangre y sal, de noches mojadas de ron cuando es incapaz de soportar la ausencia de su marinero, de aquel que le regaló una horquilla con forma de libélula. La horquilla vale una fortuna, yo sé que el marinero, una noche de póker en Shangai, tuvo que poner su alma sobre el tapete verde para igualar el valor de la horquilla en la apuesta
Un traje blanco se acerca a Mangee, el cojo cierra con fuerza el puño, ahora anillado en acero, y se dispone a actuar.
Mangee le detiene con la mirada. Ella sabe cómo tomar el control de la situación.
Con un delicioso cruce de piernas se quita los zapatos color café. De un manotazo derriba el vaso, la botella y la lámpara. Con la elegancia y agilidad de un delfín sube a la mesa.
Y baila, flexiona las rodillas y extiende los brazos al frente cómo si estuviera implorando a la diosa de las tres espirales. Ladea la cabeza y un mechón le oculta las pecas del pómulo. Se adivina el movimiento de sus piernas por las ondas sedosas de su falda. Se abandona a la danza, la hombrera de su blusa se desliza y embruja a todos cuando muestra una pequeña luna morada en el hombro.
La música se para. Mangee se arrodilla y, mira hacia la puerta ... gritando con los ojos, extiende la mano. Todos saben lo que espera.

El silencio rabioso de la ausencia moja las paredes.

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