domingo, 2 de enero de 2011

Esperando el tren

Tenía dieciocho años y me beneficiaba de las ventajas de la edad para viajar por poco dinero. Utilizaba el Interail.
Había estado viajando por centroeuropa y regresaba a casa. En Montpellier me acordé de Sonia, fuímos novios por cinco breves meses, duró tan poco porque trasladaron a su padre a Barcelona.
Manteníamos contacto epistolar y esporadicamente hablabamos por teléfono.
Desde una cabina de France Telecom, a la entrada del comedor universitario, la llamé. Quedamos en reunirnos en la estación de Sants (Barcelona) dos días después a las 7 de la tarde. Ella tomaría el tren de las 10 para ir a Girona. Disponiamos de tres horas para romper el maleficio de la distancia.

Llegué a Barcelona a las 6:30, me compré un bocadillo de atún, una botella de cerveza y un libro - Las aventuras equinociales de Lope de Aguirre -. Metí mis compras en la mochila y me senté en un gran banco de madera de la sala de espera.
Sonia apareció rompedora. Cada uno de sus taconazos sacaba chispas del suelo. Eramos practicamente de la misma edad, pero catorce meses sin verla la habían hecho más mujer que a mí hombre.
Camisa afgana blanca, ajustadísimos e hipnóticos vaqueros blancos con las perneras embutidas en unas botas de cuero rojo. Esta aparición celestial acentuaba su belleza con un indolente fular violeta al cuello y un gran bolso marrón con flecos.
No sé qué fue primero, el beso ... el abrazo. Hoy si me lo preguntaría, cuando me acerco a alguien querido pongo mi cuerpo en piloto automático y dejo que él eliga. El orden beso-abrazo o abrazo-beso es revelador.

Nos sentamos y nos pusimos al corriente de todas las novedades. Cena rápida de bocadillos y cerveza en la cantina de la estación y vuelta a la sala de espera.
Sonia parecía nerviosa, miraba continuamente a su reloj de bolsillo. Era encantador verla tirar de la cadena y sacar del pantalón ese recuerdo de su abuelo.

- Sonia, deja ya en paz el reloj. El tren entrará por este andén, es más, anunciarán su llegada unos minutos antes
- Ya lo sé Juan

La propuse tomar un helado.

- No Juan, sin nos movemos a lo peor pierdo el tren.
- Sonia, lo peor ... lo que temes es lo mejor que nos podría pasar.
- Explícame, siempre eres muy difícil de comprender.
- Lo mejor que nos puede ocurrir es que estemos tan felices por el encuentro; que no oigamos los avisos de llegadas y salidas, que perdamos ese tren y mil más que vengan. Yo ni me he preocupado de mirar el horario de salidas a Madrid. Ahora tu eres mi tren de largo recorrido, mi religión y mi gramática vital. Tal y cómo lo eras cuando nos sentábamos al final del aúla en las clases de latín y griego. Me importaba un carajo la poesía de Virgilio, ¡ sólo quería y quiero tenerte cerca !

Forzó una sonrisa enigmática y me besó.

Llegó su tren y nos abrazamos brevemente

- Llámame, escríbeme
- Lo haré, no lo dudes

Aquella noche dormí en un hostal lleno de estudiantes y vagabundos. Por la mañana tomé un tren a casa.

Barcelona y Madrid se separaron para casi siempre, cómo si una gran falla tectónica hubiera desgarrado la tierra.

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