lunes, 3 de enero de 2011

Travesía

El carguero Sohal, ha parado las máquinas a 16 millas de Zhanjiang. Es la segunda parada en la travesía
Macau - Haiphong.
En la isla Prata estibaron 40 tractores taiwaneses. Dos técnicos encargados de su mantenimiento beben cervezas Tsing-Tao en la
cubierta,
Encienden un cigarrillo con la colilla del otro. Hacen optimistas cálculos, sonríen mientras piensan en cientos de blancos muslos vietnamitas abriéndose para ellos en Hanoi, para ellos y por una pequeña parte de las generosas
dietas que les paga la compañía Taipe Impex ltd.
Tan embelesados están que no reparan en la parada del barco.
Su horizonte termina en la panza de las botellas, no han llegado a ver el junco que se ha pegado a estribor del barco.
El capitán, un holandés adicto al opio, ha enviado a los 10 marineros birmanos que componen la tripulación a revisar
en la bodega el estiaje de los grandes contenedores.
Hans Volger-Perters ha lanzado un cabo al junco.
Por la cuerda trepan 165 centímetros de noche con la elegancia y agilidad de los delfines.
Ya en cubierta, la figura sin rostro sigue al capitán hasta su camarote del entre puente.
Hans escupe una orden en cantonés por el walkie talkie.
Las bombas inyectan un torrente de Diesel en el alma del barco y la proa taja las olas con sádica brutalidad.
La figura negra, de espaldas al capitán, se quita la gorra marinera de lana azul.
Bucles de cobre suavizado por las sales de dos océanos confunden a la brújula del barco y borran las anotaciones
del cuaderno de bitácora.
La figura se vuelve hacía el capitán. Cobre, granos de café y aceitunas estallan en las pupilas del opiomano.
Es una mujer, bella cómo la hija menor de Jethro.
Se arremanga el jersey y sus brazos aparecen cubiertos de miríadas de preciosos asteroides de luna selvática.
Su piel es del blanco de la Vía Láctea con deliciosos reflejos de oro viejo, miel y almendras.

- Capitán, no hago caso a mi pasaporte. Es mentiroso como todos los documentos oficiales
o que quieren parecer oficiales. LLámeme Mangee, a falta del nombre que reservo para las 10 ó 12 personas que quiero.
Usted y yo sabemos que tenemos poco que decirnos. Salga del camarote y acompañe al timonel en la guardia nocturna.
Tengo que descansar. Llevo preparando esta travesía casi dos meses y nada debe estropear mi llegada puerto, Tengo que
preparar el cómo y el cuando ya que tengo el con quien.
Le pago generosamente por algo que hubiera pagado con 14 años en blanco de la vida de una persona.

- De acuerdo. Recuerde que atracaremos en el puerto de Haiphong, más o menos a las 19:30 de mañana. Ya pagué hace dos semanas
a la guardia de aduanas, Un soldado la acompañará, evitando todos los controles, hasta el restaurante de la zona franca del puerto.

Mangee, así llamada a falta del nombre que tan celosamente guarda, se desvistió rápidamente. Se zambullió en la cama vistiendo un
pijama azul y un par de calcetines de rombos. Se encogió en el lado derecho de la cama abrazando la almohada con el brazo derecho.
Con el índice de la mano izquierda dibujaba el contorno de su cuello, óvalos en los pómulos y espirales en el ombligo.

Todo se desarrolló tal y cómo el capitán había anunciado.

El viento del otoño ondeaba la bandera del restaurante, traía notas de bergamota perfumada con especias picantes del oeste.

Mangee miraba hacia la puerta giratoria, esperaba paso nerviosos, impacientes pero decididos.

Las ansias se le congelaron en algún punto entre el esternón y las clavículas.
Entre el blanco de los camareros y el gris de los se destacó una figura estilizada esbelta.
Pelo gris, chaqueta verde con capucha, jeans gastados, mochila azul, botas negras y sobre todo media sonrisa mañosa
le quemaron dulcemente el pecho izquierdo, el que se mece con los latidos del corazón.

En ese preciso momento los calendarios perdieron sentido y función

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