domingo, 2 de enero de 2011

Tánger

El mal del norte de África se cuela, junto con la fina arena de la playa, por las persianas.

Mangee se deja llevar por la indolencia. Abrazada a la almohada sigue el paso de las sombras en la habitación, no piensa, sólo recuerda y siente el sopor de la anestesia.
Los empleados del hotel respetan su mutismo y saben que nadie debe molestarla. La habitación se limpiará cuando ella lo indique y al pie de la puerta dejarán la bandeja del desayuno a las 10:30.
Mangee descorre la cortina y abre la puerta corrediza de la terraza.
Al frente el puerto de Tánger, motonaves que transportan contrabando a Gibraltar, un ferry, dos cruceros atracados.
Más allá se puede adivinar la costa andaluza.
A sus pies la Rue des Almohades se despereza lentamente. Grupos de jovenes buscavidas contemplan los turistas que descienden del crucero Trieste, sus ojos saltan ritmicamente, cómo un metrónomo bien ajustado, de los bolsos a los shorts de las mujeres.
Dos pulsiones, igualmente fuertes, les confunden. Arrancar a la carrera una cámara desprotegida - burlar a la miseria unos días - o llenarse los ojos de nalgas, pechos y piernas.
Uno de ellos, el más alto y el más obscuro de piel, se acaricia ostentosamente la parte superior del muslo a pocos pasos de cuatro mujeres de piel lechosa.
El policía que vigila el límite entre dos mundos se acerca a los jovenes. Un apretón de manos a cada uno de ellos esconde un billete de 100 dirhans. Soborno que les permitirá pasar al restaurante-cafetería del puerto. Punto de intercambio de pequeños paquetes y frases crípticas que muestran más que esconden.
Mangee no ha tocado ni el bol de fruta ni los huevos estrellados entre verduras. Bebe sorbos de café que intercala con chupadas a un ciagrrillo - El cigarro del demonio -
Mangee saca del frigorífico una botella de vodka sueca Absolut.
Compró esa botella en la Duty Free Shop del aeropuerto de Milán por razones sentimentales. Un amigo, que confunde los hemisferios y los días, le habló de la mujer que le había enamorado ... le habló con tanta pasión que los dos se emocionaron. Pidieron dos vasos de Absolut para recuperarse.
Un ligero sorbo le calienta el interior. Nunca bebe ni tan temprano ni con el estómago tan vacío. Su cuerpo se lo pide, quizás barrunta la llegada de su periódo, quizás intenta frenar los pensamientos que huyen hacia el mar.
Una hora después, en el Café Libanais, Mangee hojea diarios en tres idiomas .El zumo de naranja está casi intacto.
La información recibida es buena, él aparece.
Es un hombre corpulento y alto de unos 35 años, traje blanco y camisa azul marino.
Mangee se quita las gafas y las guarda en el bolso, las guarda tan torpemente que tumba el vaso y el zumo se derrama sobre el mármol de la mesa. Naranja sobre blanco, buen presagio ... mi ocasión piensa el hombre corpulento. Chasquea los dedos y con una mirada suya el camarero corre hacia Mangee.
Se acerca a ella y con un elegante gesto la toma de la mano y la ayuda a incorporarse.
Se presenta como Bashir, empresario jordano. Mangee se presenta cómo Claudia, turista italiana.
En un apartamento de la Rue Hassan II, atiborrado de computadoras, editores de video y toda clase de gadgets electrónicos, Bashir ofrece un gigarrillo a Mangee.
Ella lo rechaza con una sonrisa y se dirige al baño. Cierra la puerta y se moja la nuca frente al espejo. Saca del bolso una pistola con las cachas de sucio fresno y la coloca sobre el lavabo.
Sale y el hombre la mira fijamente mientras extiende una mano hacia la blusa de seda italiana.
Mangee se pone el dedo índice sobre los labios. Abre el bolso y saca un pañuelo violeta.
De puntillas le venda los ojos. El hombre sonrie y se lame los labios.
Le ordena que se siente en el sofá y espere un minutos sin moverse.
Mangee regresa al baño, toma la pistola y apunta al pecho del hombre sentado.
Se acerca a él con pasos de gata.
Mira el cañón de la pistola y duda ...
Cambia de posición la pistola y le golpea brutalmente en la frente.
El hombre grita y se derrumba conmocionado.
Mangee sella la boca del hombre, le inmoviliza las muñecas y los tobillos con un rollo de cinta gris de electricísta.
Registra uno tras otro los cajones del escritorio. Encuentra lo que le habían dicho.
Un album de tapas contiene fotos que se resiste a mirar. Una bolsa de deportes guarda ropa interior ensangrentada, ropa de talla pequeña, con motivos infantiles.

Abandona el apartamento dejando la puerta abierta de par en par.

Diez minutos después, sentada a la barra de un bar en el extremo donde está el teléfono, oye la sirena de un coche de policia que se detiene en la Rue Hassan II,

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