domingo, 2 de enero de 2011

Shangai-Pekín

Ese verano aún no habían llegado los tifones cuando Mangee descendió del tren en la estación de Shangai.
Le gustaba salir por la puerta norte. La ciudad la recibía emitiendo videos de la MTV en la pantalla gigante.
Era una sensación excitante. Mangee, cinéfila incorregible, se imaginaba ver los videos dentro de una película.
Imagen dentro de la imagen.
El video de pop chino le acentuó más la sensación de estar en Blade Runner.
Mangee, repplicante exquisita, hija de los genes de tres mujeres nacidas un bendito 9 de abril que se retrasó 14 años.
Catorce meses de abril robados a alguien que recorrería 9.062 kilómetros (aunque él, marinero de tierra adentro, prefería expresar la distancia en millas marinas - 5.631 -)
Y Mangee vino desde muy lejos para recoger algo que necesitaba para que ese encuentro fuera el definitivo. Para poner fin a noches de horas brujas que parecían congelar relojes.
Paró un taxi de los llamados "langosta" por su color y recorrió el paseo del Bund, en la zona portuaria.
El edificio colonial del antiguo banco de Hong Kong, el puente Baidu en la orilla oeste del río Huangpu, la vieja aduana británica de Shangai ...
Pagó por el recorrido 17 yuanes. Mangee, siempre devota de las resonacias de las palabras, sonrió al pronunciar el nombe de la moneda local. El yuan y el nombre de la persona que quería, que la quería, compartían las tres últimas letras.
Los cinco kilómetros de la calle Nanjing albergaban cientos de comercios. Allí esperaba encontrar su amuleto.
Se paró un instante a contemplar la Torre Oriental Pearl TV, su aspecto futurista y sus esferas le recordaron bromas comunes, expresiones con significado para dos. Y quiso estar con él en al última esfera, en el restaurante giratorio, tomar su mano y llevársela a la mejilla, a 468 metros del suelo, a un paso del cielo ...
Mangee, a la entrada de una tienda, vió un globo terráqueo. Lo tomó y lo hizo girar lentamente. Siguió con el dedo la ruta de su regreso a casa. Vuelo nocturno Shangai - Peking. En Peking ya buscaría la combinación más cómoda.
Mangee, que no cree en las coincidencias, siguió el paralelo que atraviesa Peking y vió que también atraviesa la capital del segundo país más occidental de Europa. Bien, esa misma noche estarían, ella y él, en el mismo paralelo.
El elegante chino mandarín de Mangee confundió al comerciante que se expresaba con el tosco acento cantonés.
Se encontraba frente a una reina, así lo revelaban sus ademanes, su voz, sus hombros perfectos, la chispa de sus ojos al sonreir ...
Mangee rebuscaba en los estantes, destapaba cajas, movía cestos. Ya estaba apunto de salir cuando los carácteres latinos de un libro le llamaron la atención.
Era un libro familiar, de un escritor polaco que sólo escribío dos obras, ésta era la primera, antes de morir en una cárcel. Lo tomó y se dirigió al mostrador. No esperó oir el precio, un billete de mil yuanes cambió de manos. Sin palabras, ante los ojos asombrados del comerciante.
Salió de la tienda y llamó a un taxi, que estaba aparcado en la otra acera.
Una mano se adelantó a abrirle la portezuela, era la mano que acaba de tocar, por primera vez en su vida, un billete de mil yuanes.

- Tenga señorita, Esto lo encontré un día en Badaling, semienterrado al pie de la gran muralla. Seguramente no vale mucho pero es bonito. Acéptelo.

Mangee lo tomó e indico al taxista la dirección de su hotel.

Abrió la cajita de laca y el brillo plateado de un colgante con forma de libélula le hizo llorar de alegría.

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