lunes, 3 de enero de 2011

Madrugada

Dos de la madrugada de un lunes.

Mangee mira caer la lluvia al otro lado de la ventana. Tiene frío y se siente en tierra de nadie. Bajo la lana gris de sus calcetines el parquet del piso parece temblar, y tiembla al ritmo que marcan unas pisadas que, a fuerza de desarlas, forman ya parte de su vida. Familiares cómo el ruido de las tuberías del vecino, cómo el silbido de su tetera, como el batir del viento en la ventana del salón que no ajusta bien.
Son unas pisadas largas, prolongadas y firmes. Acercan a alguien devorado por el tiempo, alguien salvado de la peor renuncia y que estrelló su puño contra un espejo mentiroso.
Mangee no se vuelve, quiere saborear el instante. La espera de lo, hasta ahora inesperado, la conmueve de tal forma que junta las rodillas para protegerse.
Todos los músculos de la espalda están en tensión, ha echado ligeramente la cabeza hacia atrás. Espera una caricia que, con toda seguridad, vendrá de una mano izquierda ... la mano que se carga de plomo cuando el corazón nos falla, mano utilizada para mover el café y sostener miniaturas de jade,
Siente ya el calor de esa mano a pocos centimetros del hombro. El tirante de su sujetador se ha deslizado y decora con una línea blanca el antebrazo,
Dos manos, con los dedos muy abiertos, se han agarrado a sus caderas. La agarran con ansias de penetrar bajo su piel, de aferrarla para anclarla en el presente.
Los diminutos riachuelos de lluvia deforman, en el espejo de la ventana, dos siluetas que se están haciendo una,
Cierra los ojos y se vuelve a la sombra que la abraza, Guarda su mirada para el final del segundo beso. Quiere sentir el primero epidermicamente, todos los sentidos concentrados en el calor y tacto de sus labios.
El primer beso llega como un ladrón en la noche, como un aleteo que la hace vibrar.
Se pone de puntillas y echa los brazos al cuello de la sombra.
Dos mímetros de seda separan las dos pieles que desean fundirse. Los cuerpos intercambian calores y calideces.
Viene el segundo beso, más reposado y prolongado. Labios que se superponen a otros pinzándolos, lenguas que se exploran ...
Mangee, por fin, abre los ojos y su luz barre a la sombra.
Otros ojos, más hundidos y más oscuros, le sostienen la mirada.
Dos gargantas pronuncian al unísono dos palabras:

- Cariño
- Cielo

Y cae la tercera, una sola

- Te amo

Manos que recorren la piel del otro, piernas que se entrelazan con la fuerza del deseo contenido largo tiempo. Palabras susurradas que se escapan de labios sonrientes. Dos lenguajes comunes y un solo amor verdadero.

La noche llora de felicidad

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