lunes, 3 de enero de 2011

Moebius fabricaba relojes

La vida no tiene instrucciones de uso, Mangee lo sabe muy bien. Nacemos sin un manual debajo del brazo y nadie tiene la tecla F1 en la axila izquierda.
En algunos momentos extrañamos un guión que nos oriente, pero el guión está ahí. Se reescribe con cada paso y cambia de rumbo al torcer las esquinas impares. Somos viajeros, a veces de largo recorrido y a veces locales.
Mangee deambula en una ciudad que sólo conoce de oídas, en su mochila no hay sitio para las guías turísticas. Deja que el ritmo de los traunseuntes la atrape y sigue rutas no documentadas.
Parece que su olfato detecta estelas que las personas dejaron en los lugares, historias que se representan con sombras en el asfalto y cuentos que susurran las aguas de las fuentes.

Está en la terraza de un hotel. En su mesa hay un platillo con restos de pastel de manzana y una taza de café. A pocos pasos una mujer juguetea con una cámara, enfoca a las montañas que rodean la ciudad y sigue el vuelo de los aviones. Se siente segura y feliz, tiene en el hombro derecho el calor de una mano amante y amada.
Mangee desciende en el ascensor y cruza la calle. Deja la mirada dormida, camina con los ojos entornados y detecta fogonazos en baldosas y bancas.
Fragmentos de historias que pudieron ocurrir se mezclan con otros que si ocurrieron. Un vendedor le ofrece zumo de arándanos rebajado con agua. Toma el vaso y se recuesta en la puerta de la catedral a beberlo.
Le invaden sabores de noches estrelladas y resinas de pino ardiendo en una chimenea.
Siente en la piel caricias dormidas que, presiente y sabe, despertarán pronto. Un buen día abrirá un cajón y lo verá lleno de calcetines. Irá a la cocina y un beso en la frente le dirá buenos días mientrás el aroma de café recien hecho se entrelaza con vapores de té negro.
Sigue caminando, desciende escalinatas con sombras fundidas de distintas alturas y recoge ecos familiares en la entrada de un museo.
En un edificio oficial hay algo que le llama la atención.
En la pared hay relojes. Debajo de cada uno hay un letrero con un nombre de ciudad. Es una representación de los diferentes husos horarios centrados en el merdidiano de Greenwich.
Las ciudades que están al oeste van restando horas y las del oeste las suman.
Y esta es una regla que todos los relojes cumplen. Bueno .. todos no.
Hay dos relojes que no marcan horas completas de diferencia.
Hay cuarenta y cinco minutos entre ellos.
El encargado explica "Son dos relojes especiales, los únicos fabricados en la misma casa - Moebius Germany - así empezaron a finales de septiembre, uno de ellos incluso empezó a marchar al revés, de derecha a izquierda, parece que se buscan, que quieren sincronizarse ... no he avisado al técnico de mantenimiento .... poderosas razones tendrán para hacerlo. Sé, con toda seguridad que pronto se encontrarán ... calculo que en algún momento, alguna tarde marcarán el mismo tiempo"

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uf, parece que esto fué hace mil años...
¿no te parece?

Me dá nostalgia por ese tiempo, no sé por qué...

Besos

Manyi, al otro lado del Atlántico