lunes, 3 de enero de 2011

Chapas

ManYi se mira al espejo.

Hoy nada de maquillaje. El pelo, mojado de la reciente ducha, lo ha alborotado con los dedos y lo deja secarse.
Se ha puesto una camiseta blanca, jeans desgastados por las rodillas, y deportivas blancas con una franja roja en el empeine.
Ya la puerta de su casa toma, del perchero, una cazadora de cuero negro, se la pone sin abrochar.
Baja los escalones de dos dos, al llegar al portal saca del bolsillo de la chaqueta unas gafas de sol y las coloca en el escote de la camiseta.
Al sacar las gafas un sonido metálico llama su atención, se agacha y recoge su llavero con tres llaves. Jugetea con él, lanzándolo al aire. Una sonrisa ancha, y recuerdos del futuro, avanzan algo que pasará dentro de nueve días.
Toma el autobús sesenta y tres y se apea en la última parada. Está en un barrio de la periferia. Las casas son, en su mayoría, de dos plantas. Las calles son tan estrechas que un coche pasa con dificultades por ellas.
En una que hace una pequeña cuesta en su pasrte norte un grupo de niñas juega al corro, cantan mientras griran velozmente.
En la acera izquierda un niño de unos siete años ha desplegado un arsenal de chapas sobre el bordillo. Con tiza blana ha trazado un recorrido sinuoso y en el extremo ha dibujado un rectángulo. En el centro ha escrito con trazos irregulares META.
Se acerca al niño, se arrodilla frente a él y le sonrie mientras le alborota el pelo negro y rizado.
Saca del bolsillo trasero del pantalón un paquete de toallitas húmedas y le limpia las manos.
El niño la mira extrañado, pero no dice nada.
ManYi le toma de la mano y le acompaña hasta el número cuarenta y ocho, al otro lado de la calle.
Golpea la puerta con los nudillos y antes de que alguien la abra besa al niño en la frente y se aleja a paso vivo.

Dentro de doce años el niño, ya un hombre, antes de embarcarse besará a una niña de cinco años que juega a la rayuela.

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