lunes, 3 de enero de 2011

Europa no es grande

Dicen que nada se pierde, y es cierto, lo que ocurre es que las cosas se nos esconden.
Algunas de ellas se obstinan en no ser halladas, quizás se reservan para alguien especial y se esconden tan bien que no reciben visitas. Se adormecen. Y pueden pasar años, quizás siglos esperando.

Mangee descansaba tendida en la cama de un hotel barato, un viento abrasador y un letrero en la carretera, le habían traído a ese lugar.

Hace tan sólo dos semanas que abandonó Basilea.
Si alguien le hubiera preguntado que hacía en esa ciudad respondería : Me gustan las ciudades fronterizas y más si las fronteras son tres.
Claro, que si la pregunta la hubiera formulado el aburrido policia suizo del control de pasaportes la respuesta habría sido otra:

- Vine a comprar chocolate para una amiga

Lo que no era del todo mentira, era un "ya que estoy aquí y me acuerdo de ella ..."


Mangee miraba desde el tranvía las calles de Estrasburgo. El hombre que subió en la parada de la rue de l'Arsenal y que se sentó junto a ella hablaba por el teléfono móvil.
Más que lo que decía le interesó el tono de su voz.
Era algo más que el tono que habitualmente se emplea para hablar con los niños. Había un deje de "Quiero verte pero estoy aquí. Podría ir ahora mismo a tu encuentro pero no debes verme en este estado, quizás un mes más y ya serán tres sin ti"

- Si, claro que que te llevaré un regalo, He visto una cigüeña preciosa en Colmar. En el pecho lleva una A mayúscula roja. Y la llamaremos Alsacia, porque es el nombre de la región donde vivo y porque es la mascota local. Además, Alsacia es un nombre bonito.

El hombre se bajó en el intercambiador, Mangee le siguió y vió que tomaba el autobús del aeropuerto. No llevaba equipaje, ni siquiera un maletín. ¿Viajero de un día? ¿Funcionario del Parlamento Europeo de Estrasburgo?

Bien ... volvamos a la realidad, se dijo Mangee.
Tengo algo ineludible que hacer.
Paró un taxi y se dirigió a la estación de trenes. En la consigna recogió una bolsa negra, eran las 9 de una tarde fría y desangelada.
En los lavabos se cambió de ropa. Botas militares negras, jeans grises desgarrados en los muslos, camiseta blanca algo sucia, cazadora negra de cuero y un gorro de lana azul
El espejo le devolvió la imagen de una estudiante que pretende escandalizar pero que no lo consigue. Tanta paz en la mirada la traicionaba.

El camarero danés del club Dod la saludó con un movimiento de cabeza, durante las últimas cuatro noches habia intentado, sin éxito, ligar con ella. Mala suerte amigo, ella no está aquí ni por ti ni por nadie. Está para algo.

Esa noche sería la última si no era contactada. Desconfiaba, ya no daría una quinta oportunidad.
Quizás fuera, también, su último trabajo. Estaba considerando la posibilidad de ser free-lance. Más dinero y aún más independencia.

Llegó el turco. No soportaba su mirada. Escondía algo apenas impercetible pero inquietante.

- Hola Sylvie
- Hola Turco

El turco chasqueó los dedos al camarero. Cuando éste le miró dijo "Zwei Bier, bitte"

Esperaron, sin hablar, hasta que las dos cervezas estuvieron en la mesa y el sueco detrás de la barra.

- El coche está aparcado a la puerta del número 5 de l'avenue Haussman. Es un volkswagen rojo de matrícula alemana. Las llaves están en el tubo de escape. En la guantera está la documentación. Todo a nombre de Sylvie Sepret. Debes dejarlo en Colmar, frente a la puerta del restaurante Le Petit Pfaffenheim exactamente a las 14:00 de mañana.

Era la segunda vez que oía ese nombre ... Colmar.

El turco se levantó y se despidió con una palmada en el hombro y un rollo de francos suizos que deslizó en el bolsillo de la cazadora negra.

Todo estaba tal y cómo le había dicho. El coche, las llaves, la documentación.

Mangee condujo toda la noche, despacio. Tenía tiempo de sobra y no quería arriesgarse a ser detenida por conducción imprudente.

Llegó a Colmar a las 11 de la mañana. Aparcó junto al canal. Y se sentó a desayunar en una terraza. La lectura de los diarios consumió el tiempo hasta la 1:30.
Montó en el coche y condujo hasta la calle del restaurante.

Lo aparcó justo frente a la entrada de Le Petit Pfaffenheim.

Faltaban 3 minutos para las 2. Metió las llaves en el tubo escape. Y encendió el primer Marlboro del día junto a una cabina telefónica al otro lado de la calle.
Un hombre, con un periódico bajo el brazo, se paró junto al coche. Se agachó con ademán de atarse los zapatos. Al erguirse las llaves brillaban en su mano. Mangee lo reconoció, en este oficio hay que tener buena memoria, era el hombre que hablaba por teléfono en el tranvía.

Curioso, chocante ...

Llegó el autobús y Mangee lo tomó.
En las oficinas de Hertz, en la Avenue Grand Armee, alquiló un Peugeot 306 azul.
Y tomó la autopista del sureste. La que le llevó a cruzar 3 fronteras, la que le llevó hasta el hotel del viento abrasador junto a la playa.

Mangee su cubrió el cabello con un pañuelo de verde oliva con franjas café y caminó hacia la playa.
Se descalzó, y se arremangó las perneras de sus pantalones color berenjena.
Miró al horizonte buscando lo que sabía que allí no encontraría.
Sentada en la arena se abrazó las rodillas, cómo hacía cuando quería protegerse de ausencias, durante unos 15 minutos.

Para incorporse hundió las manos en la arena. Sus dedos tocaron algo sólido. Lo desenterró y sonrió con alegría y asombro.

Era .. era ... increible


Y el primer día, a la segunda hora te contaré lo que Mangee encontró. Es más, te lo daré.

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