domingo, 2 de enero de 2011

La ballena perdida

Le conocí en el verano de 1977, concretamente en julio.
Ibamos en el mismo compartimento de un tren nocturno. Aunque no llevaba placas que indicaran el trayecto todos sabíamos el destino - Alicante -
Habíamos salido desde la estación de Atocha Mediodia Madrid. Antes de la salida del tren ya me fijé en él. Era el único que paseaba solo en el andén. Daba largas zancadas, fumando, hacia la salida. Se detenía a pocos metros de la patrulla de la Policía Militar que guardaba la puerta.
Todos los demás habíamos formado grupos alegres. Bromeabamos, con la inconsciencia de los 21 años, sobre los 15 meses que acababan de empezar.
Nos repartieron en grupos de 4 por compartimentos. Él se sentraba en frente de mí, juanto a la ventana y de espaldas a la locomotora.
No le vi abrir la bolsa, con comida, que nos habían dado junto con la cartilla militar.
En medio de la noche, cuando un compañero de compartimento, sacó una botella del petate, le ví tomar la bolsa de comida. Regresó a los 3 minutos, seguramente había tirado la bolsa al depósito de basura que había a la entrada del vagón.
Le miré fijamente a los ojos y me dió la sensación de que acababa de comenzar una cruzada particular, parecía un Ghandi que se declaraba en una huelga de hambre particular y muda.
A la llegada del Centro de Instrucción en Alicante le perdí de vista. Le habían destinado a otro compañía.
Durante los 3 meses que allí estuvimos nunca le vi, los fines de semana, en los bares de Alicante. En una ocasión, cuando ya nos dividían por grupos según nuestras aptitudes, le reconocí en el grupo de Operadores de Radio.
Era el grupo que menos solicitudes recibía, lo despreciabamos. por que no era la antesala de una ujnidad combatiente.
Un día nos llevaron al comedor y nos dieron un cuestionario y 2 bolígrafos. El test que ibamos a relizar más el informe de nuestos instructores determinaría nuestro destino al finalizar el periodo de instrucción.
Tuve que sacar buenos resultados en el test porque me destinaron al Centro de Formación del Servicio de Inteligencia Militar en Alcantarilla (Murcia). Allí iban los que poseían habilidades especiales o un coeficiente intelectual alto.
Ese centro operaba encubiertamente en una base de paracaidistas.
Le ví en mi grupo.
En su uniforme de paracaidista, en el pecho, llevaba una cinta verde con su nombre en carácteres negros - P. GONZALEZ - pero era tan falso como el mío.
Era radicalmente irregular en las distintas formaciones que nos importían. En cartografía era brillante, excepcional en Seguimiento e Información y nulo en el manejo de armas. Tan sólo le vi cierto interés en el manejo del lanzagranadas, hizo blanco en el objetivo a 200 metros. Otro se hubiera pavoneado del éxito, él pasó a mi lado y me guiñó el ojo.
Me daba la sensación de que forzaba la salida del grupo de que su éxito radicaba en lo que otros considerarína fracaso.
Y un buen día le llamaron al despacho del coronel mientras estabamos en la clase de explosivos,
Regresó y empezó a recoger sus cosas, me pareció ver que se reía disumuladamente con los ojos al abandonar el centro.
Durante el almuerzo pregunté a un compañero cual era el destino de los que no aprobaban el curso. Me respondió:

- Los que no aprueban el curso son destinados a las peores unidades, A destacamentos alejados de centros urbanos.
Pero aún peor es para los que son expulsados del curso, cómo el que hemos visto salir de la mañana. Ése seguramente marcha a una pequeña guarnición perdida en lo alto de un acantilado, colgado a 200 metros del mar en una ruta que sólo siguen las ballenas perdidas.

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