domingo, 2 de enero de 2011

Transiberiano

Noveno día en el tren más mítico del mundo, no no pienses en el Orent Express que es un circo para ingleses que se emborrachan al atardecer.
Mangee había abordado el vagón en la estación moscovita de Vochtocnii Voksal. Un generoso soborno al jefe de estación le consiguió la llave del compartimento que, en todos los trenes, se reserva por si a un miembro del Politburo se le antoja darse un paseo por las tierras que sus antecesores anegaron en sangre. En su compartimento de dos plazas disfrutaba doblemente de su soledad libremente elegida.
Su equipaje era mínimo, espartano y suficiente. Tres mudas completas de ropa, un neceser, un cuaderno, un puñado de lapiceros y un ejemplar de La Prose du Transiberien de Blaise Cendrars.
Un viajero, que no turista, español con el que pasó una noche de vodka, champán y juegos frente al espejo en la suite 4 del hotel Arbat le dió una tarjeta suya para el funcionario corrupto.
Sólo se la podía ver en el vagón restaurante del tren a última hora, cuando la camarera de mirada angulosa, expulsaba a los borrachos de siempre y echaba el cerrojo. Se quitaba el gorrito azul y liberaba del moño su cabello siberiano, castaño y extra lacio. En la pechera de su camisa blanca se echaba en falta el emblema dorado del Transibiriak (algún día te contaré la historia del emblema), se subía hasta el codo las mangas y se sentaba frente a Mangee. Compartían un plato con tajadas de silurio ahumado, una lata de delicioso caviar rojo de salmón (perlas que te estallan en el paladar y te transportan hasta el nacimiento del río Ob' ), medio litro de vodka Zolotoe Koltso, pan negro y mantequilla.
A un lado de la mesa un paquete de Pall Mall y otro de Belomorkanal - Futuro impredicible vs Pasado fugitivo -
Y disfrutaron la sinceridad que aparece con la hora bruja, sinceridad agudizada por el alcohol y un algo común en sus miradas.
Esta noche la camarera se relajó más de lo habitual, se despojó del unforme y se cubrió con un kimono amarillo. Un chispazo de desesperación le salpicó las pestañas.

Nadenka, dorogaja ¿qué te ocurre?

Y Nadia empezó a contarle su descubrimento de electricidad dulce en unos bucles de cabello mediteráneo ... y habló durante 3 horas, Mangee estaba fascinada y sólo apartaba los ojos para encender un cigarrillo con la colilla del anterior.
Pero no te voy a contar lo que Mangee oyó aquella noche, porque es una historia que le costó algo más que el emblema dorado.

A partir de ese momento el viaje de Mangee tomó un aire distinto, masticaba una y otra vez una reflexión que se mojaba con aguas del lago Baikal, que hacía infusiones con agujas de pino, que carcomía los postes telefónicos entre Irtkusk y Ulan-Ude.

Mangee no volvió al vagón restaurante, la mirada de Nadia le habría estrujado el corazón. Se alimentaba de bayas, patatas cocidas y bollos rellenos de carne que compraba a las campesinas siberianas en las breves paradas.

Al abandonar el tren en Vladivostok se dirigió a las oficinas de la naviera japonesa en la plaza de Felix Dherzhinskij.

¿Motivo de su viaje a Japón? le preguntó un empleado que se mordía las uñas

Busco el haiku definitivo

El funcionario escribió "turismo" en la casilla correspondiente y selló el visado de salida de Mangee.

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