lunes, 7 de mayo de 2012

Café con los muertos

Todos los lunes a las 19:30 tomabas café con los muertos. Era el ritual que te preparaba a soportar 30 minutos de tren por caminos dolorosos. Hablabas con ellos, recordabas conversaciones prenavideñas, constelaciones que se asomaban en tus paseos, cobardías que nunca pudiste reparar.
Y el domingo traicionaste esos cafés.
La encontraste, o te encontró, en el metro. Había nacido en Harbin, descendía de un marinero letón que sirvió con Kolchak y que se enamoró de una manchú de ojos almendrados.
Dalia (asi había castellanizado su nombre) te quitó el libro que sostenías en la mano izquierda y te sonríó con la mirada. Sólo supiste balbucear un "Hao Kan" que a ella le sonó distante e infantil.
Insististes "Hao Kan, Due" ...
Sonrió de nuevo, te tomó de la mano y te hizo descender tres estaciones antes de la tuya.
Y ya sabes que ella, como dos más antes, no entendió tu renuncia, tu fidelidad a esa sombra que te cautivó en Leipzig.
Y a pesar de todo, desde entonces, tomas el metro todos los lunes a esa hora y temes/deseas que su sonrisa ilumine el vagón. Y sólo espero que tengas los cojones para cambiar el trayecto, para tomar ese metro, a esa hora, los domingos y no los lunes. Porque si se lo pones tan difícil al milagro, éste no se producirá. Y sabes que si la pierdes te dolerá el corazón con la tristeza de una camisa de cuadros tendida al sol un amanecer de otoño.

1 comentario:

Las Espirales de Brígida dijo...

Te releo, y reconfirmo que tu escritura es perfecta, tanto en la brevedad de un haiku, como en la extensión contenida de una Historia sin Más.
Me conmueve leerte Juan, creo que siempre me ha emocionado, y siempre me emocionará.
Deseo que estés muy bien.
S.