sábado, 8 de enero de 2011

Hotel California

Veinte y un años, dos meses en el Centro de Instrucción de Reclutas de Rabassa (Alicante). Aquel domingo conseguí pasar con éxito la inspección del sargento Treviño y pude salir del CIR después de la misa obligatoria y reglamentaria.
Me cambié de ropa; zapatos de ante, camiseta roja y pantalones vaqueros con la cabeza de un oso sobre el bolsillo delantero izquierdo.
Mis compañeros de infortunio forzoso se desparramaron por la playa. Yo me perdí ...
No hay nada más patético que un pirata de agua dulce varado en una playa mediterránea.
Eran ya las dos y tenía hambre, el desayuno del CIR era escaso y repugnante. Gracias a que huíamos de la comida del campamento, alguien que luego apoyó el golpe de estado del 23F, renovaba cada año la flotilla de coches familiares y engordaba una cuenta numerada en Suiza.
Un bocadillo de tortilla de atún y dos cervezas me entonaron. Ahora necesitaba escapar, evaporarme ...
Un bar, detrás del ayuntamiento, me llamó. El rif de Hocus Pocus saltaba a la pata coja en el pavimento de la calle y se me clavó en el pecho.
Copa de ron Negrita y un Ducados negro (en aquella época los fumadores no eramos ni leprosos sociales ni genocidas).
El dueño del bar se estaba luciéndo: Yes, Pink Floyd, Focus, Jethro Tull ... el rock sinfónico me llevaba lejos, a paisajes lisérgicos de cascadas e islas flotantes en el espacio.
El otro cliente del bar, un muchacho con bigote que debería tener más o menos mi edad, se acercó a la barra y habló en algo que me sonó a alemán humanizado.
Close to the edge se congeló en los altavoces y los frescos acordes mayores de Hotel California me cosquillearon en las rodillas.
Me atrapó la letra, la música me sonaba demasiado poppy. Era un relato de ciencia ficción. No era la primera canción de esta temática que yo escuchaba. Sin ir más lejos ya lo hizo Cat Stevens con Longer Boats, pero el enfoque era original y fresco.
El chico del bigote doblaba el estribillo en un registro bajo.
Cuando se terminó la canción me dirigí a él. Me presenté y nos estrechamos las manos. Era holandés de las islas Molucas y se ganaba la vida en Alicante trapicheando legalmente de forma que pareciera ilegal. Su español gutural y mi inglés del Puente de Vallekas se solapaban fluidamente.
Me ayudó a reconstruir la letra de la canción, detalló y fijó lo que yo intuía.
Y ayer todo esto me vino a la cabeza subitamente ... sobre todo el párrafo que dice "I heard the mision bells ...."
Se lo dije a mi siamesa. Seguramente vi algo con el rabillo del ojo, seguramente un olor rescató una neurona fugitiva ...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Historia muy brigidiana y llena de acordes.
Besos que acercan
Mangee