martes, 13 de noviembre de 2012

Doce Euros

Me trasladaron la matrícula de mí instituto al tuyo, y no voy a explicar por qué. Entonces no lo hice, y ahora no explicaría nada. Cuando entré a la clase del Curso de Orientación Universitaria, aquel marzo, supe que mi lugar estaba junto a ti. Eras la gorda de la clase y yo el recién llegado. En el descanso me llevaste a la cafetería del instituto, compartimos un bocadillo de dos salchichas (cinco pesetas) y me pusiste al corriente de todo. Sentados en el patio me dijiste: "La felicidad es muy barata, la desgracia lo es aún más" Yo, flaco y acomplejado adolescente, puse cara de comprender. Estabas a cien años luz de mis pobres presupuestos mentales, y hoy, precisamente hoy, empiezo a masticar, a digerir esa frase. Tu proyecto de radio libre me cautivó, me enorgullecía de compartir pupitre con alguien que se comería el mundo, y no barruntaba que el muy cabrón del mundo nos comería a los dos. Y te perdí la pista después de aquel curso, Silvia de mis cobardías ... Y te reencontré un día cerca del supermercado, me costó reconocerte. Tres mechones como estalacitas te laceraban la frente, me pediste un euro, te di doce. Doce euros que se convirtieron en cinco cucarachas negras en tu antebrazo. Y así, cada mes nos encontrabamos dos veces, sin planearlo, tú sabías a donde ibas, a mí me daba miedo pensar de donde venía. Y desde el sábado pasado, cuando no pude darte nada, estoy aterrado. Porque no sé que temo más si verte o no verte

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